Solo la melancolía acompaña a mi consuelo. La alegría se marchó
en el mismo instante que tu indiferencia decidió ignorar mi deseo. Solo el
tiempo sabe cuánto me ha costado llegar hasta aquí.
Y descubrí aquella noche que las palabras se las lleva el
viento. Tu imperturbable mirada de un falso verde esperanza hablaba más que tú.
Decidí no hacer caso, olvidar nuestros desastrosos recuerdos. Años de batallas
perdidas donde ninguno de los dos púgiles decidió aplicar las reglas del juego.
Tarde. Llegó tarde el perdón. Esa pícara disculpa que tu
boca susurró aquella noche. Aquella noche… Aquella noche en la que el cuerpo
sintió caer. El pensamiento tembló ante la posibilidad de que las piezas del
puzle perdieran su punto de conexión para siempre. Sin embargo, el alma suspiró
aliviada. Solo ella sabía lo que esto significaba. Por fin, tras un tiempo que
pareció un invierno sin fin, podría volver a recuperar la esperanza.
Y así le vi huir. Cabizbajo y tembloroso giró su cuerpo y
comenzó a caminar en dirección contraria a nuestra truculenta historia de amor.
¿Así? ¿Ya está? Emprendió la marcha y por mi cabeza comenzaron a pasar todos
esos momentos que había decidido borrar. Brotaron entonces las lágrimas que
creía haber perdido. Me dolía. Esa era la señal. Todo volvía a empezar.
Decidí darme la vuelta. Eso sí, yo, con la cabeza bien alta
porque de nada me avergonzaba y a nada tenía que temer. Bienvenida vida nueva.
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