miércoles, 1 de marzo de 2017
Quererte sin conocerte
Quererte sin conocerte, desearte sin consuelo. Te siento y siento miedo. Miedo a no llegar a conocerte. Miedo a perderte antes de tiempo. Miedo a lo desconocido…
Cada día que acaba es un paso más hacia la victoria. Pero los pasos son lentos y el camino muy largo. Quisiera mirar al futuro y tenerte a mi lado. ¿Llegará ese momento?
Siendo dolor por no querer imaginarte. Ni si quiera contemplo las señales que me recuerdan que estás ahí, creciendo lentamente. Temo ilusionarme antes de tiempo.
Luces y sombras aparecen continuamente en el camino. Unas veces parecen piedras que dificultan el recorrido. Otras, parecieran unas alas que me llenan de esperanza. Pero la alegría dura poco. Cuando más te sueño más rápida es la caída. Aparecen esas trabas que se empeñan en recordarme que nada es fácil en esta vida. Que la paciencia es una virtud de la que carezco y que me toca sufrir y desesperar aun ya sin aliento.
Solo deseo que pase el tiempo. Ir ganando cada día la batalla a la desesperanza y poder, poco a poco, imaginarte.
Te quiero sin conocerte y te deseo sin consuelo.
Cada día que acaba es un paso más hacia la victoria. Pero los pasos son lentos y el camino muy largo. Quisiera mirar al futuro y tenerte a mi lado. ¿Llegará ese momento?
Siendo dolor por no querer imaginarte. Ni si quiera contemplo las señales que me recuerdan que estás ahí, creciendo lentamente. Temo ilusionarme antes de tiempo.
Luces y sombras aparecen continuamente en el camino. Unas veces parecen piedras que dificultan el recorrido. Otras, parecieran unas alas que me llenan de esperanza. Pero la alegría dura poco. Cuando más te sueño más rápida es la caída. Aparecen esas trabas que se empeñan en recordarme que nada es fácil en esta vida. Que la paciencia es una virtud de la que carezco y que me toca sufrir y desesperar aun ya sin aliento.
Solo deseo que pase el tiempo. Ir ganando cada día la batalla a la desesperanza y poder, poco a poco, imaginarte.
Te quiero sin conocerte y te deseo sin consuelo.
domingo, 17 de enero de 2016
NO QUIERO ENTENDER
Siento que ya no es lo mismo. La
flor que hasta ahora lucia hermosa, comienza a perder su luz.
Me parece que fue ayer cuando me
cogías de la mano. Sentía tu protección. Me agarrabas con fuerza. Notaba tus
ganas de vivir, tu energía infinita. De aquí para allá, un día tras otro.
Sonrisas repletas de amor. Silencios llenos de esperanza.
Caminábamos juntos sin adivinar el destino. Pero miraba al
frente, con la certeza de creer que tus largos pasos me conducían al paraíso.
Cuánta felicidad me contagiaba tu
dulce mirada. Cuánto amor me transmitían tus abrazos. Eran tus sabias palabras
las que marcaban el rumbo de mi vida. Mi ejemplo a seguir. Cada frase que salía con firmeza de
tu boca, se grababa en mi mente. Hacía mías tus palabras. Me sentía feliz, me
consideraba dichosa.
Sin embargo, de un tiempo para acá,
todo ha cambiado. Ya no encuentro tus dulces abrazos. Tus manos han perdido la
fuerza del amor cuando se encuentran con las mías. Tus silencios arrojan
angustia a mi alma. Tu triste mirada… Me desgarra el corazón.
Te noto distante y perdido.
Siento que la luz que antaño cubría tus ojos, hoy aparece borrosa tras negros
nubarrones. Esa desangelada mirada ya no puede contemplar la belleza de la
vida.
Te aferras a unos amargos
pensamientos y has tirado la toalla. La dejadez te ha ganado la batalla y,
sólo, esperas el fatal desenlace. Te has rendido y, con tu cobarde retirada, me
has destrozado el alma.
Siento dolor, pena y rabia.
Siento la desgracia de no poder comprender tu maldito comportamiento. Siento
que no me dejes ayudarte. Y, sobre todo, me siento infeliz por no asumir que tú
deseas vivir así. Me maldigo por no ser capaz de reconocer que esto iba a
pasar. Siempre pensé que, llegado el momento, sabría tomar las riendas y tirar
hacia delante. O, quizá, tonta de mí, esperaba que nunca pasara.
No soy capaz de comprenderte. No
quiero reconocer que, poco a poco, tu corazón y el mío vivirán más alejados.
Siento que el final se acerca y yo no estoy preparada.
viernes, 1 de agosto de 2014
GRACIAS
Llegaste así, casi por sorpresa.
Tu dulce mirada me produjo un tremendo escalofrío. No fue pasión lo que sentí
en aquél momento. Tampoco se trataba de una atracción sexual. Más bien fue
ternura. Te sentí frágil, introvertida, inocente… Pero llena de bondad y
dulzura. Mientras otros disfrazan con edulcorante esa actitud, a ti te nacía de
dentro. Esa sensación te hacía parecer muy bella. Resplandeciente.
Tras unos segundos que me parecieron
minutos, regresé a la tierra. Entonces vi que también sonreías y me dabas las
gracias. ¿Por qué? ¿Qué habría hecho yo para merecer tan bella palabra que
sonaba armoniosa al pronunciar tus labios? Gracias. Gracias a ti por aparecer
en mi vida. Por sonreírme, por mirarme, por hablarme. Por ser yo la persona
elegida para responderte esa pregunta. Una pregunta que motivó ese primer cruce
de miradas.
Han pasado más de 40 años pero tú
sigues ahí. Tan bella como siempre. No has perdido tu dulce mirada. Me admira
la capacidad que tienes para seguir mirándome así. Cada día, desde aquél
instante, doy gracias a un gracias que cambió nuestras vidas.
miércoles, 30 de julio de 2014
SIÉNTATE QUE TE CUENTO
Robó tu alma mientras las palmas
de sus manos me mostraron el infierno. Su amor por ti fue una tremenda farsa.
Una farsa de la que quiso que fuera partícipe. Buscó mi aliento más de una
tarde de aquél largo año. Más no lo encontró. Movía el frágil candil de la
entrada, ese que el jorobado guardián colocó más allá del alcance de nuestras torpes
manos. Mas mi silencio encontró una y otra vez. Solo un día me acerqué. Abrí la
puerta y le miré fríamente. Se acercó lentamente e intentó besarme. Buscó una
mirada cómplice pero puse el freno de mano. ¿Qué esperaba?
Tú mientras estabas en casa. Sola,
agotada y con la cena preparada para los dos, encima de aquella vieja mesa de
madera que tantos recuerdos guardaba bajo el tapete de la abuela. Solo de
pensarlo se me encogía el alma.
Siguió insistiendo, una y otra
vez. Al menos, tres veces cada semana. Yo cerraba puertas y ventanas. Hasta que
aumentó la frecuencia de sus temibles visitas. Comencé a sentir verdadero
pánico. ¿Qué podría pasar si conseguía entrar? ¿De qué sería capaz? No quise
seguir imaginando. Comencé a realizar un ritual. Cada tarde, a eso de las siete
y media, encendía mi radio y me colocaba los cascos. Al ritmo de salsa y
boleros, contemplaba el péndulo del reloj que presidía la chimenea. Esperaba de
esta forma que llegaran las nueve. A esa hora ya era seguro que él habría
llegado a su casa. A tu casa. Contigo, a cenar.
Pasó un verano y otro más. Y al
llegar el segundo otoño sucedió. Eran las ocho de la tarde de un miércoles. Yo
esperaba sentada, con la música y mirando el reloj. Escuché gritos que mis
boleros no consiguieron apaciguar. Apagué la radio y le escuché. Era él.
Gritaba como un loco. –¡Ha desaparecido!, ¡ha desaparecido!- así, una y otra
vez. Decidí salir. Pensé que hablaba de ti. Abrí la puerta y me encontré a un hombre ensangrentado con la
boca desencajada que comenzaba a reír. Se reía de mí. –¡No eres tan lista como
pensaba- se abalanzó sobre mí e intentó ahogarme. No sé cómo lo hice pero saqué
fuerzas y conseguí liberarme. Corrí y alcancé un bloque de hierro con el que
pude golpearle. Cayó y de repente cesó el miedo, la angustia y el dolor.
Comencé a correr, casi sin aliento hacia tu casa. Abrí la puerta y allí estabas
tú. Con el mandil puesto, la cena en la mesita de madera, y tu característica
sonrisa de oreja a oreja. No sabías nada… Ahora tocaba explicar. –Ven, siéntate
que te tengo que contar.
viernes, 4 de julio de 2014
Cuando el sol se cruza en tu camino...
Son estas frías mañanas de
invierno las que no me dejan comprender. Quiero creer en tus pueriles deseos
pero pesa más el adiós de tu silencio que el dulce suspiro que entra por la
ventana, cada madrugada, buscando una respuesta.
No pidas más, mas no debo, si
quiera, intentar complacerte. Amaré el silencio de tus encuentros secretos,
respetaré el dolor de tu mirada, pero no esperes que me convierta en plata en
este mal llamado hogar.
Camino hacia un recóndito lugar,
más allá de nosotros, donde ni tú ni yo, ni nadie, pueda recordar este inmenso dolor
que el aparente frágil cuerpo llora y el tiempo fugaz no consigue sanar.
Quizá regreses, pero por más que
busques con tu sugerente y fulminante mirada, a mí no me lograrás encontrar. Caminaré
sigilosa, como aquella serpiente del camino. ¿Recuerdas?
Sin dejar rastro encontraré mi sitio.
Soñaré con tardes de verano y dejaré atrás las mañanas frías de inverno. Será
entonces cuando podré decir que el sol habrá fundido todo el hielo de mi corazón.
viernes, 27 de junio de 2014
RECORTAMOS Y OLVIDAMOS AL QUE OLVIDA
Pasa una página y otra… Y otra. Y
así, durante el tiempo que dura el día. Desde el amanecer hasta que el sol se
oculta y no le deja ver. Entre sus arrugadas manos, un libro. Una novela de
aventuras. Y parece interesante. Desde lejos le observo. Le veo muy concentrado
en la lectura. No hay nada que le pueda distraer. Decido acercarme. Le
pregunto: “¿qué lees?” Y me contesta: “un libro de aventuras”.
Me marcho. Pero no muy lejos.
Continúo observando desde un ventanuco que da a la sala. Veo que pasa la
página. Sigue inmerso en su lectura. Pero en ese preciso instante llega una
mujer. Cierra el libro y se ponen a hablar. Pasados unos minutos, y tras la marcha de
ella, continúa leyendo.
A simple vista, parece una
historia corriente, de lo más normal. Sin embargo, no lo es. Es la historia y
el día a día de Manuel. Tiene 86 años y vive en una residencia de mayores.
Tiene la enfermedad neurodegenerativa de Alzheimer. Una enfermedad de carácter
progresivo e irreversible. De origen desconocido y ante la que no existe hoy en
día ningún tratamiento capaz de curarla o prevenirla. Es la causa de invalidez,
dependencia y mortalidad más frecuente entre los mayores. Según datos de la
OMS, unos 36 millones de personas en el mundo y más de 600.000 en España
padecen algún tipo de demencia. Principalmente Alzhéimer.
Actualmente, se están llevando a
cabo numerosos trabajos de investigación en centros de I+D y universidades de numerosos países. Que no se deje de invertir dinero en
I+D+i. La investigación sabemos que es costosa y complicada. Cuando se emprende
un proyecto de esta índole, nunca sabes si obtendrás resultados positivos ni el
plazo. Quizá no consigas nada. Aún así, las administraciones no pueden dejar de
invertir. En esto y en otras muchas cosas que son necesarias para todos.
También deseo lanzar un mensaje.
Continuamente vemos noticias sobre descubrimientos, remedios, novedades para
acabar con tal enfermedad… Se está trabajando mucho pero tenemos que ser
prudentes. Para los que sufren, para los que tienen un familiar o amigo con la
enfermedad, este tipo de noticias suele alterar bastante. Son temas delicados
que habría que tratar con delicadeza.
Este hombre, Manuel, todos los
días se sienta en la misma silla, en la misma sala, con el mismo libro. Siempre
es el mismo y, desde hace dos años, lo lee. Se sienta y lo abre por cualquier
página. Desde fuera da la sensación de estar muy concentrado. Y es cierto que
lee esa página. Pero en cuanto se distrae o alguien le habla, vuelve a leer lo
ya leído. Manuel hace terapia en el centro. Terapia para intentar ralentizar el
proceso inevitable de la enfermedad. Conseguir vivir lo mejor posible durante
más tiempo. Como él, muchos más. Ellos no pueden hacer más que seguir ahí,
luchando cada uno como sabe, quiere o puede. No seamos nosotros, los que no
tenemos la enfermedad, los que olvidemos.
jueves, 26 de junio de 2014
Déjate besar
Cada mañana te espero. En silencio. Apenas me atrevo a
respirar… No espero que sientas nada extraño. Te veo y me gustaría escapar pero
son mis pies los que se aferran al suelo, mi cuerpo se resiste a dejar pasar
otra oportunidad. Es entonces cuando siento que puedes escuchar mi propio deseo.
Los minutos se alargan mientras repaso con esmero cada una
de las cuentas de mi alegre collar. Intento parecer distraída. Busco aparentar que
no he notado tu presencia. Y es entonces cuando te vas. La sala de espera se
torna más fría si cabe. Mi corazón se apaga y emigran las mariposas que jugaban
dentro de mí. De repente, puedo volver a respirar.
¿Es amor lo que siento? Sueño y anhelo. Y cuando sueño
recupero la sonrisa que la vida me robó. Sin querer, despertaste en mí un deseo
que a duras penas consigo ocultar. Dame una oportunidad. Déjate besar.
miércoles, 25 de junio de 2014
BIENVENIDA VIDA NUEVA
Solo la melancolía acompaña a mi consuelo. La alegría se marchó
en el mismo instante que tu indiferencia decidió ignorar mi deseo. Solo el
tiempo sabe cuánto me ha costado llegar hasta aquí.
Y descubrí aquella noche que las palabras se las lleva el
viento. Tu imperturbable mirada de un falso verde esperanza hablaba más que tú.
Decidí no hacer caso, olvidar nuestros desastrosos recuerdos. Años de batallas
perdidas donde ninguno de los dos púgiles decidió aplicar las reglas del juego.
Tarde. Llegó tarde el perdón. Esa pícara disculpa que tu
boca susurró aquella noche. Aquella noche… Aquella noche en la que el cuerpo
sintió caer. El pensamiento tembló ante la posibilidad de que las piezas del
puzle perdieran su punto de conexión para siempre. Sin embargo, el alma suspiró
aliviada. Solo ella sabía lo que esto significaba. Por fin, tras un tiempo que
pareció un invierno sin fin, podría volver a recuperar la esperanza.
Y así le vi huir. Cabizbajo y tembloroso giró su cuerpo y
comenzó a caminar en dirección contraria a nuestra truculenta historia de amor.
¿Así? ¿Ya está? Emprendió la marcha y por mi cabeza comenzaron a pasar todos
esos momentos que había decidido borrar. Brotaron entonces las lágrimas que
creía haber perdido. Me dolía. Esa era la señal. Todo volvía a empezar.
Decidí darme la vuelta. Eso sí, yo, con la cabeza bien alta
porque de nada me avergonzaba y a nada tenía que temer. Bienvenida vida nueva.
martes, 11 de junio de 2013
¿Me cuentas un cuento?
¿Quieres que te cuente un cuento?
Así comencé la última conversación que tuve contigo. Quería corresponderte. Había escuchado esa frase tantas veces… Te conté la historia de tu vida. Esa historia que tantas veces había escuchado de tu boca. Esa infancia en Sevilla, esa adolescencia difícil. Siempre ponías la misma sonrisa cuando recordabas cómo te cortejaba aquél chico. Ese chico que fue tu marido durante tantos años. Y los hijos, los nietos… Una larga historia.
Cada día, cada tarde a tu lado, los dos arropados con la manta que cubría la mesa de camilla, me contabas un capítulo de tu vida. Pensabas que me iba a sorprender, esperabas ilusión y sorpresa al confesar tus intimidades. Nunca fui capaz de desilusionarte. Me hacía el sorprendido. ¿Qué me costaba a mí? Ese simple detalle, era felicidad en tu rostro.
Así que, un día tras otro, era un volver a empezar. Llegó un día en que dejaste de contarme tu historia. Ese día, tomé una decisión. Iba a ser yo quien te la recordara. Ahora sí, yo hablaba de tu infancia, de tu adolescencia, de tus primeros encuentros con tu futuro marido, tus hijos, tus nietos… No importaba que siempre fuera el mismo capítulo. Siempre te sorprendías. Me mirabas con curiosidad. Con sorpresa. A veces, ni si quiera te podías creer algunas cosas. Pensabas que te tomaba el pelo. Ya no estábamos acurrucados en frente de la mesa camilla. Ahora yo me sentaba cerquita de tu cama. Muy cerquita. Y te agarraba la mano.
Hoy te he contado el último capítulo de tu vida. Es uno muy alegre. ¿Te acuerdas? No me querías creer. Así que te lo cuento otra vez. Al final, has decidido viajar. Anoche preparaste la maleta. Metiste un poquito de todo. Porque no sabes si hará frío o calor. Siempre hay que ir prevenido. Dejaste la cama hecha, la casa recogida. Todo en orden y en paz. Cerraste la puerta con cuidado, para no molestar y comenzaste tu camino. Tu nuevo camino.
Yo, desde aquí, desde la sillita que está frente a tu cama, te cuento este cuento. Para cuando puedas escucharlo. Disfruta de este viaje. Algún día, volveremos a estar cerquita el uno del otro, y me contarás todas estas nuevas aventuras que seguro “vivirás”.
Así comencé la última conversación que tuve contigo. Quería corresponderte. Había escuchado esa frase tantas veces… Te conté la historia de tu vida. Esa historia que tantas veces había escuchado de tu boca. Esa infancia en Sevilla, esa adolescencia difícil. Siempre ponías la misma sonrisa cuando recordabas cómo te cortejaba aquél chico. Ese chico que fue tu marido durante tantos años. Y los hijos, los nietos… Una larga historia.
Cada día, cada tarde a tu lado, los dos arropados con la manta que cubría la mesa de camilla, me contabas un capítulo de tu vida. Pensabas que me iba a sorprender, esperabas ilusión y sorpresa al confesar tus intimidades. Nunca fui capaz de desilusionarte. Me hacía el sorprendido. ¿Qué me costaba a mí? Ese simple detalle, era felicidad en tu rostro.
Así que, un día tras otro, era un volver a empezar. Llegó un día en que dejaste de contarme tu historia. Ese día, tomé una decisión. Iba a ser yo quien te la recordara. Ahora sí, yo hablaba de tu infancia, de tu adolescencia, de tus primeros encuentros con tu futuro marido, tus hijos, tus nietos… No importaba que siempre fuera el mismo capítulo. Siempre te sorprendías. Me mirabas con curiosidad. Con sorpresa. A veces, ni si quiera te podías creer algunas cosas. Pensabas que te tomaba el pelo. Ya no estábamos acurrucados en frente de la mesa camilla. Ahora yo me sentaba cerquita de tu cama. Muy cerquita. Y te agarraba la mano.
Hoy te he contado el último capítulo de tu vida. Es uno muy alegre. ¿Te acuerdas? No me querías creer. Así que te lo cuento otra vez. Al final, has decidido viajar. Anoche preparaste la maleta. Metiste un poquito de todo. Porque no sabes si hará frío o calor. Siempre hay que ir prevenido. Dejaste la cama hecha, la casa recogida. Todo en orden y en paz. Cerraste la puerta con cuidado, para no molestar y comenzaste tu camino. Tu nuevo camino.
Yo, desde aquí, desde la sillita que está frente a tu cama, te cuento este cuento. Para cuando puedas escucharlo. Disfruta de este viaje. Algún día, volveremos a estar cerquita el uno del otro, y me contarás todas estas nuevas aventuras que seguro “vivirás”.
martes, 12 de marzo de 2013
SER MAYOR Y FELIZ
Vamos a hablar de
felicidad. ¿Son las personas mayores felices? ¿Cómo pueden llegar a
serlo? Dice un estudio que los mayores son más felices cuando lo han
sido de jóvenes.
Si has disfrutado de una
vida feliz, después de los 65 años serás más feliz. Esto según un
estudio de la Universidad de Granada que ha sido publicado en la revista
Journal of Happiness Studies. Además, señalan que aquellos mayores que
no padecen depresión, tienen apoyo familiar, niveles bajos de estrés y y
presentan un “correcto funcionamiento cotidiano”. Están más satisfechos
con su vida al final de ésta que los demás.
Los investigadores de la
Universidad de Granda han apuntado que ser feliz de joven facilita que
ese sentimiento se mantenga a lo largo de la vida. Para hacer este
estudio, han explorado la felicidad actual y la pasada de hombres y
mujeres mayores de 65 años, con diferentes características personales y
sociodemográficas.
En el estudio
participaron de forma voluntaria 154 adultos mayores con edades
comprendidas entre los 65 y 96 años, que vivían de diferente forma. La
mitad eran mujeres y elc35,7% estaban institucionalizados en
residencias. El 64,3% vivía en su hogar. Sólo o con familia.
La autora principal del
estudio, Débora Godoy Izquierdo, ha destacado que los mayores que han
participado afirmaron ser “significativamente menos felices ahora que en
el pasado”. No difirió la felicidad con respecto a mayores que viven en
casa o en residencias. Lo único que los mayores no institucionalizados
informaron de una mayor autoeficiencia, más actividades realizadas
durante el último mes y más contacto familiar. Mientras que los
institucionalizados presentaban mejor salud y menor incidencia de
problemas de ansiedad.
Los investigadores señalan que es bueno conocer estos datos para poder
“desarrollar intervenciones dirigidas a la promoción del bienestar subjetivo en las personas mayores, dado que, en comparación con anteriores períodos de la vida, la felicidad puede verse reducida en la adultez tardía”.
“desarrollar intervenciones dirigidas a la promoción del bienestar subjetivo en las personas mayores, dado que, en comparación con anteriores períodos de la vida, la felicidad puede verse reducida en la adultez tardía”.
lunes, 21 de noviembre de 2011
Pensamientos antiguos...
Año 2001
Son claras las noches y oscuros los días. Alegre crees la realidad pero tristes son tus pensamientos. No es clara la luz del día si las nubes te cubren los ojos y descubres que la oscuridad de la noche sana con una alegría.
Las horas conversan lentamente en tu mirada y los minutos huyen sin dejarte tiempo para afrontar la escapada. Si en un segundo pudieras contemplar las estrellas, tus pensamientos tristes volarían y poco a poco dulces esperanzas desempañarían tus ojos. Pero es más valioso escoger las horas a los minutos y poder mirar al cielo para que los sueños sean esperanza y la esperanza llegue a ser realidad.
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