Son estas frías mañanas de
invierno las que no me dejan comprender. Quiero creer en tus pueriles deseos
pero pesa más el adiós de tu silencio que el dulce suspiro que entra por la
ventana, cada madrugada, buscando una respuesta.
No pidas más, mas no debo, si
quiera, intentar complacerte. Amaré el silencio de tus encuentros secretos,
respetaré el dolor de tu mirada, pero no esperes que me convierta en plata en
este mal llamado hogar.
Camino hacia un recóndito lugar,
más allá de nosotros, donde ni tú ni yo, ni nadie, pueda recordar este inmenso dolor
que el aparente frágil cuerpo llora y el tiempo fugaz no consigue sanar.
Quizá regreses, pero por más que
busques con tu sugerente y fulminante mirada, a mí no me lograrás encontrar. Caminaré
sigilosa, como aquella serpiente del camino. ¿Recuerdas?
Sin dejar rastro encontraré mi sitio.
Soñaré con tardes de verano y dejaré atrás las mañanas frías de inverno. Será
entonces cuando podré decir que el sol habrá fundido todo el hielo de mi corazón.
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